MUERTE DE CELESTINA
SEMPRONIO.‑ ¡Oh vieja avarienta,
muerta de sed por dinero! ¿No serás contenta con la tercia parte de lo ganado?
CELESTINA.‑ ¡Qué tercia parte! Vete
con Dios de mi casa tú. Y esotro no dé voces, no allegue[10] la vecindad. No me
hagáis salir de seso, no queráis que salgan a plaza las cosas de Calisto y
vuestras.
SEMPRONIO.‑ Da voces o gritos, que
tú cumplirás lo que prometiste, o cumplirás hoy tus días.
CELESTINA.‑ ¡Justicia, justicia,
señores vecinos! ¡Justicia, que me matan en mi casa estos rufianes!
SEMPRONIO.‑ ¡Espera, doña hechicera,
que yo te haré ir al infierno!
CELESTINA.‑ ¡Ay, que me ha muerto!
¡Ay, ay! ¡Confesión, confesión!
PÁRMENO.‑ Dale, dale, acábala,
pues comenzaste, que nos sentirán[11]. ¡Muera, muera! De los enemigos, los
menos.
CELESTINA.‑ ¡Confesión!
MELIBEA.- ¡Oh, desdichada soy! ¡Y cómo vas, tan recio y con tanta prisa y desarmado, a meterte entre quien no conoces! Lucrecia, ven presto acá, que es ido Calisto a un ruido. Echémosle sus corazas por la pared, que se quedan acá.
TRISTÁN.- Tente, señor, no bajes. Idos son; que no eran sino Traso el cojo y otros bellacos, que pasaban voceando. Que ya se torna Sosia. Tente, tente, señor, con las manos a la escala.
CALISTO.- ¡Oh, válgame Santa María! ¡Muerto soy! ¡Confesión!
TRISTÁN.- Llégate presto, Sosia, que el triste de nuestro amo es caído de la escala, y no habla ni se bulle.
SOSIA.- ¡Señor, señor, ¡A esa otra puerta...! ¡Tan muerto es como mi abuela! ¡Oh gran desventura!
LUCRECIA.- ¡Escucha, escucha! ¡Gran mal es éste!
MELIBEA.- ¿Qué es esto que oigo, amarga de mí?
TRISTÁN.- ¡Oh mi señor y mi bien muerto! ¡Oh mi señor despeñado! ¡Oh triste muerte sin confesión! Coge, Sosia, esos sesos de esos cantos, júntalos con la cabeza del desdichado amo nuestro. ¡Oh día aciago! ¡Oh arrebatado fin!
MELIBEA.- ¡Oh desconsolada de mí! ¿Qué es esto? ¿Qué puede ser tan áspero acontecimiento como oigo? Ayúdame a subir, Lucrecia, por estas paredes, veré mi dolor; si no, hundiré con alaridos la casa de mi padre. ¡Mi bien y placer, todo es ido en humo! ¡Mi alegría es perdida! ¡Consumióse mi gloria!
PLEBERIO.- Hija mía Melibea, ¿qué haces sola? ¿Qué es tu voluntad decirme? ¿Quieres que suba allá?
MELIBEA.-
Padre mío, no pugnes ni trabajes por venir adonde yo estoy, que
estorbarás la presente habla que te quiero hacer. Lastimado serás
brevemente con la muerte de tu única hija. Mi fin es llegado, llegado
es mi descanso y tu pasión, llegado es mi alivio y tu pena, llegada es
mi acompañada hora y tu tiempo de soledad. No habrás, honrado padre,
menester instrumentos para aplacar mi dolor, sino campanas para
sepultar mi cuerpo
(...)
PLEBERIO.- Pero, ¿quién forzó a mi hija a morir, sino la fuerte fuerza de amor? (...)
Sana dejas la ropa, lastimas el corazón. Haces que feo amen y hermoso les parezca. ¿Quién te dio tanto poder? ¿Quién te puso nombre que no te conviene? Si amor fueses, amarías a tus sirvientes. Si los amases, no les darías pena. Si alegres viviesen, no se matarían como ahora mi amada hija.
¿En qué pararon tus sirvientes y sus ministros? La falsa alcahueta Celestina murió a manos de los más fieles compañeros que ella para tu servicio emponzoñado jamás halló. Ellos murieron degollados. Calisto, despeñado. Mi triste hija quiso tomar la misma muerte por seguirle. Esto todo causas. Dulce nombre te dieron; amargos hechos haces. (...)
Enemigo de amigos, amigo de enemigos, ¿por qué te riges sin orden ni concierto? Ciego te pintan, pobre y mozo. Pónente un arco en la mano con que tires a tiento. (...)
¡Oh mi compañera buena! ¡Oh mi hija despedazada! ¿Por qué no quisiste que estorbase tu muerte? ¿Por qué no hubiste lástima de tu querida y amada madre? ¿Por qué te mostraste tan cruel con tu viejo padre? ¿Por qué me dejaste cuando yo te había de dejar? ¿Por qué me dejaste penado? ¿Por qué me dejaste triste y solo in hac lachrymarum valle?
Sana dejas la ropa, lastimas el corazón. Haces que feo amen y hermoso les parezca. ¿Quién te dio tanto poder? ¿Quién te puso nombre que no te conviene? Si amor fueses, amarías a tus sirvientes. Si los amases, no les darías pena. Si alegres viviesen, no se matarían como ahora mi amada hija.
¿En qué pararon tus sirvientes y sus ministros? La falsa alcahueta Celestina murió a manos de los más fieles compañeros que ella para tu servicio emponzoñado jamás halló. Ellos murieron degollados. Calisto, despeñado. Mi triste hija quiso tomar la misma muerte por seguirle. Esto todo causas. Dulce nombre te dieron; amargos hechos haces. (...)
Enemigo de amigos, amigo de enemigos, ¿por qué te riges sin orden ni concierto? Ciego te pintan, pobre y mozo. Pónente un arco en la mano con que tires a tiento. (...)
¡Oh mi compañera buena! ¡Oh mi hija despedazada! ¿Por qué no quisiste que estorbase tu muerte? ¿Por qué no hubiste lástima de tu querida y amada madre? ¿Por qué te mostraste tan cruel con tu viejo padre? ¿Por qué me dejaste cuando yo te había de dejar? ¿Por qué me dejaste penado? ¿Por qué me dejaste triste y solo in hac lachrymarum valle?